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Pompas de jabón

Paseando en mi pompa por el salón de pompas del Pompidou, vi a alguien que me llamaba y con su mano hacía un gesto para que me acercara. Ocurrió que me acerqué pero no era lo que parecía ser, era él pero a la vez no. Lo que veía era el reflejo de una pompa que lo reflejaba. Miré atrás y vi algo terrorífico, una pompa reflejaba a un sin fín de pompas con el señor que me llamaba reflejado en todas y en cada una de ellas y en cada una el reflejo de otras tantas. Traté de acabar con ellas golpeándolas y si bien se rompían con facilidad, había demasiadas, infinitas. Tras meditarlo comprendí que si le veo y me llama él, también me ve y puestos a juntarnos el camino ha de ser el mismo. Fruncí mi entrecejo y con ganas le insté con un gesto a que fuera él el que viéndome por el reflejo de las pompas se acercara y no al revés. Yo ya estaba cansado de buscarle. Si quiere algo que venga. ¿Pues no estoy enfadado llamándole y de brazos cruzados, me coloco y va el notas y me imita? No sólo e frustra sacarle el dedo para hacerle saber que me parece un tonto, sino que al mismo tiempo él y sus infinitos reflejos además de los reflejos de cada una de las pompas de las pompas también imitaron mi maniobra. La verdad, hasta que llegue un día en que todo explote, el mundo está lleno de gilipollas.

Sigo sin saber a donde voy pero sé que voy. Desde aquellos días en que escribí Javier García Robles ha cambiado todo, pero hay algo que sigu...