Al comenzar, claridad y grises metálicos. Vi a seres
similares a mi futura dueña, pero con máscaras que ocultaban sus bocas. Todos
ellos me miraban según yo avanzaba por la pasarela que me llevaba a mi destino.
Tuve bastante miedo, pues pese a entender todo cuanto me rodeaba, era mi
primera vez en esto. Me encerraron en aquella caja. Tras 32 horas de viaje en
un vehículo descomunal, sin cambiar yo ni ninguno de mis camaradas la posición,
llegamos al destino.
Durante varias semanas solo escuchaba a ruidosas personas
que andaban a mi alrededor. No veía nada. Poco a poco, mis camaradas se iban
marchando. Ellos, estaban delante de mí y yo sabía que algún día sería yo el
primero de la fila. En efecto, el día que se llevaron al camarada que iba
delante de mí, también me fui yo, pero no con él, sino con Vero.
Al comienzo eran risas. Tras unos días en oscuridad, un día
de color me abrió y no me soltó en todo el día. Conocí a todos sus parientes.
Max demostraba su cariño conmigo a su manera, era asqueroso, pero nunca pude
quejarme. Vero me dio clases de teatro, de cocina e incluso hacíamos deporte
juntos. Con los años, la confianza fue en aumento.
Un día como otro cualquiera me olvidó.
No volví a ver otra cosa en mucho tiempo salvo el blanco de
la estantería. Con los años, veía peor debido al desgaste del polvo en mis
ojos.
Otro día pasó y así han pasado ya 123 años. La hija de Vero
me metió en una caja cuando su madre murió. Llevo desde entonces con la pierna
doblada entre la vieja máquina de escribir y los libros que estaban en mi
estantería. Al menos ahora disfruto del silencio en el que fui gestado. La nada
profunda, aunque con la rodilla doblada. He tenido tiempos peores. Desde que vi
a Vero por última vez hasta su muerte, he estado mirando a la balda superior a
mí de la estantería en la que me dejó.
Nunca quiso saber más de mí. Yo la
percibía cerca siempre, pues al comienzo compartíamos habitación. Escuché
durante años los gritos de placer que Vero tuvo conmigo, pero con otro. Con
César: Voz de cuerpo fuerte y atractivo.
Se casaron, tuvieron una hija y dos mellizos cuando Ana
cumplió los 11. 97 años después del nacimiento de Ana, le vi la cara por
primera vez, cuando de mis ojos limpió el polvo, me miró y me dijo que si yo
hablase estaría por contar muchas historias sobre su madre, por siempre
desconocidas.
No sé qué me depara el futuro, nunca entendí aquello de la
muerte, aunque creo que la he pasado.
Os juro que no hay nada más oscuro y
doloroso que esto, escribir desde la nada. Oscuridad en un lugar seco, dolor de haber vivido más de la
mitad de mi vida con y sin mi Vero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario