A Paloma, Ruth y el barrio entero.
En el balcón del quinto
me fumo un cigarrito al sol
pensando en enfermedades y escuchando a Elphomega
recibiendo luz todo el rato
repasando lo que siento mientras un anciano cruza la carretera.
Saberme por instantes de eternidad la persona más feliz del mundo
una expresión de dios que se regocija en la alegría —sin orgullo—
hace que en el balcón del quinto hay alguien que está vivo
y en proceso, siempre de recibir una paloma, un sonido, el regalo.
Y la brisa veraniega llega dentro
entendiendo que el frío del verano puede ser más atroz que el del invierno.
Entendiendo que no soy yo, que no hay nada más y que ni esto
quizás, es el aveces que siempre se espera. Simplemente ser.
Simplemente.
Y pensar que vine aquí para escribir esto y nada más
para filtrar en este alguien una suerte de providencia necesaria
un suspiro de planta o árbol, un olor a pino que se puede leer
con verdad y referente, su propia forma de ser expresión.
Oportunidad, conquista y pérdida de territorio
haciendo mapas sobre mapas incompletos
para absorber en esponjas todo lo que haya
sin deseo, sólo agradecimiento y ganas de que
este mundo siga su revolución
sin multitud externa, multitud interna, eso es
lo que retorna siempre, si te fijas,
antes de dormir. El tú y el yo dentro de alguien
y la nieve que cae en verano, otra vez, pero con una serenidad
renovada, nevada.
Alguien me entiende y no está fuera.
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