Capítulo
1
Me contaron que de chico
me resbalé en la ducha y me abrí la cabeza, fue ahí la primera vez que me
rompí. Imagino a esos padres que con cariño tratan de duchar a su hijo y el
hijo no les deja. Parece macabro, pero si estoy vivo y puedo contarlo me parece
algo gracioso. Siempre hablan de la filosofía esa de aprender de tus
experiencias, yo creo que de aquel golpe no aprendí nada, pero bueno, según cómo
y a quién lo cuentes parece el inicio de un monólogo, de este monólogo.
Capítulo
2
Aprendiendo a andar me
apoyé en un cajón abierto para estar más estable pero mi fuerza lo forzó a
cerrarse, fue ahí, cuando me rompí cuatro dedos. Segunda vez que me rompí, pero
ya son cinco partes de mi cuerpo en menos de cinco años. Es una metáfora, si te
fijas, no necesitamos las manos para andar, pero sí como herramientas para
aprender. Al igual que la caída en la ducha, esta tampoco la recuerdo, me la
contaron junto con las anécdotas de que me gustaba comer pelusas. Hoy la gente
dice que mis manos parecen de rana, me gusta.
Capítulo
3
Poco después de aprender
a andar aprendí a montar en bicicleta. No llevaba casco y es por esto por lo
que me rompí la clavícula. Dolor de brazos y espalda poco después de escuchar a
mi abuela el típico no vayas tan rápido. Cogí una curva y salí disparado como
los motoristas famosos que parecen muñecos de trapo dando volteretas. Llevaba
una camiseta negra con un sol y una luna. Recuerdo la camisa ya que en el
hospital tardaron en quitármela pues me dolía mucho. Esta fue la tercera vez
que me rompí y ya llevaba seis.
Capítulo
4
Nunca me gustó el fútbol.
Un día en el Parque de la Paz me caí haciendo equilibrio en un balón. Ese día
me rompí dos huesos: el cúbito y el radio. Siempre imagino en mi brazo un cubo
de hielo azul y un alambre similar al radio de una bicicleta. Es por esto por
lo que recomiendo siempre llevar casco. Cuarta vez que me rompí con ocho huesos
de historial.
Capítulo
5
Unos años después, en el
mismo parque, disfruté de mis vacaciones de verano con mi bmx. Hacía mucho
calor y es posible que estar deshidratado me afectara. Recuerdo imágenes como
de estar soñando tras haber perdido el conocimiento. Pasé de estar encima de la
bici a escuchar a mis amigos de entonces gritos de escalofriantes causas. Me
compré un helado de hielo para aliviar mi rodilla inflamada y mi cara
ensangrentada. Me caí concretamente contra una rampa de skate. Tras hacer chistes
a desconocidos haciéndome pasar por un participante en una pelea callejera, vi
a mi tía en su coche y me llevó a casa. Comencé a sudar y pasarlo mal cuando mi
rodilla se enfrió. Tras tres días de ocultar lo sucedido a mis padres como si
de una caída normal se tratara, confesé con cuarenta de fiebre a mi madre que no
fue un traspié en la acera, que fuéramos al hospital. Me llevaron a un hospital
y tras una pequeña anestesia que no sirvió de nada en la misma consulta me
extrajeron toda la sangre infectada de la rodilla y me escayolaron. Fueron un
par de días ingresado en aquel hospital de Llerena. Me rompí la epífisis
tibial. Según el doctor que me intervino allí, llego a haber dado un par de
pasos más y habría sido muchísimo más grave. No tenía ni trece años y ya llevaba
nueve huesos.
Capítulo
6
Tras unos años de reflexión
filosófica sobre la vida, en el mismo parque donde anteriormente sumaban ya
tres huesos en mi historial, me puse el casco que realmente me salvó la vida, o
al menos la vida consciente. Me caí de una rampa haciendo skate. Me doblé el
brazo. Me rompí el mismo brazo que años antes unos metros mas cerca también
sufrieron. Esta vez, sin pensármelo yo mismo con mi otra mano fui capaz de
poner casi en su sitio la forma de mi extremidad. Tras frases surrealistas de
un primo que allí estaba como no te has hecho nada o eso no está roto (para
tranquilizarme) me ataron en el hospital el bíceps por un lado y los dedos por
otro, de manera que una profesional fue moldeando mi brazo a su antojo, quedó
perfecto. Sin embargo, semanas después los huesos no estaban en su sitio, por
lo que me operaron. Dos clavos internos en cada hueso me penetraron. Y otra vez
volvieron a ingresarme a final del verano para quitarlos. Seis veces me rompí y
aquí llevaba ya once huesos. Aprendí vida, destino y felicidad. Saber que sin
casco habría muerto me causó un poco de ansiedad, pero, al fin y al cabo, sé
que sólo era filosofía sin designarse a si misma como filosofía, pues no conocía
esta disciplina.
Capítulo
7
Seis meses después de
aquel brazo, me golpearon en kárate y me rompí un dedo. Recuerdo mirar mi dedo
el cual se había dividido. Las dos falanges externas no estaban en su sitio.
Miré a mi alrededor, me tapé la mano por si había personas en el “dojo”
aprensivas a esas cosas y fui a mi maestro. Él avisó a un compañero que
trabajaba en el hospital y me subió a su espalda, colocó mi mano enfrente suya
y moldeó mi dedo a su gusto para recolocarlo. Me rompí una de las falanges, la
suma hacía doce y ya iban siete veces las que me rompí.
Capítulo
8
Quitando corazones rotos
y allegados fallecidos, esas fueron hasta hoy todas las veces que me rompí.
Recuerdo contar esta
historia muchas veces, pues me preguntan, es curioso y me lo tomo siempre con
humor. He aprendido mucho de mí y de los demás. Hoy estudio filosofía y me
encanta. He estado toda mi vida filosofando y conocí la filosofía como tal
cuando ya me rompí todos esos huesos.
Filosofía en la amistad, en la soledad,
en las lecturas, en rehabilitación y en la noche.
Doy gracias al destino
por hacerme ser quien soy y me doy gracias a mí como si de un bucle se tratara.
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