Vino al mundo sin saber cómo y sin saber por qué se marchó. Nació en un contenedor de basura y se lo encontraron en un mercadillo. Lo vendían barato dentro de una caja de sardinas. Los primeros años de su vida los pasó jugando en la puerta de su casa con las vecinas y los perros que siempre andaban paseando. Al llegar la adolescencia pudo desarrollar su faceta más artística explotando petardos de todo tipo, creando su propia dinamita. Más adelante, tras superar el miedo de admitir que no se casaría ni tendría descendencia decidió marcharse a la montaña. Se alimentaba de la corteza de los árboles pasada por agua. Con el cansancio que conlleva leer siempre el mismo libro decide bajar de la montaña en busca de alguna cachimba, gasolina y sonidos nuevos. Tras dejar en la urbe los ecos de sus hazañas vuelve a la montaña, pero esta vez para descansar como es debido haciendo con sus manos una cama con ramas y follaje. Felizmente y sin motivo, muere sonriendo, escuchando golondrinas mudas.
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