En Malaga se ven las castañas volar,
Las del suelo se ven en el aire al quemar
en un fuego la esperanza pasá.
Aquí no hay ni una montaña iguá,
No hay edificio que a una montaña no quiera igualá,
Son tos desiguá
Y si hablo de la ciudad no pueo deja atrah lah aporíah en que ehta se desenvuelve y se envuelve.
Por ehemplo, en el barrio de las letras no hay librerías y entre el humo de cahtaña viven personah hambrientah.
El peligro se cierne en cada curva vigilada por la seguridah, la gente te contagia la rapidez esquivando la tranquilidah del mah
Por que sí, esto es una ciudah y aquí nadie te va a escuchá, toh quieren hablah, pero siendo honehto he de deci que al finá aparece un oído ajeno o propio, no lo niego, que sorprende al paseo solitario, al viaje espaciá y especiá del que va sin destino y se encuentra, como ahora sucede mientras esquivo, mientras escribo, que paseo por la Alameda y uno como yo me insta a pasá, le digo que no, que pase uhte primero, que sí, que no, que sí, y tras la sonrisa andaluza y la gracia humana que ama a la relacion propia del caminah, del caminante y su camino, al final paso y me hizo pasá. Al fináh Málaga me dejó entrah.
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