Me despierto, es temprano y ya hace sol. Amanece con el fresco del verano que se anuncia cálido, colorido, sonoro. Recién llego a abrir los ojos y ya estoy, de nuevo, pensando en la muerte. Que quizás es mi último día, que a lo mejor hoy llega el final. Me pregunto entonces antes de desayunar a qué mierda viene eso del miedo, porque si, tener miedo es normal y darse cuenta es en ocasiones la solución para que la tempestad del ánimo amaine. Pero no desaparece nunca el miedo del todo. No quiero que nadie me lo explique, quiero verlo, aprender de esto, con esto. Saco al perro, hace fresco viento y se asoma ya el sol por mi espalda. He cogido un plátano de casa, a ver si así me pongo más feliz. No hay manera. Llevo la mitad de la fruta y me entran arcadas de estas que te engarrotan abdominales… qué mal rato. En otro tiempo habría tirado la fruta para maldecirla. Ahora simplemente la he sostenido en la mano hasta volver a tener ganas. Y pues, me la acabo de terminar. Me he sentado en una de mis piedras favoritas. Esta no me la puedo llevar a casa, es grande y está medio enterrada. Respiro y sigo paseando. Me doy cuenta en el trayecto hacia el cementerio de que lo que más me gusta de pasear es hacerlo sobre tierra. Quizás es el deseo de no querer que nada me separe de ella. Pero claro, quién sino tú, existencia en devenir, me iba a enseñar que para unirme del todo al universo, sin fragmentos, tendría que transmutar a lo bestia, desaparecer un fragmento para unirse a la unidad eterna. Hola, sí, probando, aquí halabla un fragmento fragmentado que se asombra de su propia existencia y teme con frecuencia su propia desaparición. Por su parte, Lucky no deja de asombrarse por la cantidad de olores nuevos que hay hoy por el paseo de todos los días. Creo que aún no ha desayunado y le da igual. Me encantaría comer por hambre, cómo hace él, y no por costumbre o cultura como hacemos nosotros. Y así con todo. Pero claro, en mi casa está mal visto que los humanos se masturben con cojines una vez llegada cierta edad. Los perros siempre pueden. Ya lo sé, son cosas graciosas, detalles con gracia, sencillos, pero lo cierto es que me pongo nervioso. Y si pudiese tener miedo sin nervios igual aprendía más, pero no puedo. Por ello, sigo con mi paseo y trato de aprender y unirme a este dolor. Quizás no haya nada que aprender, pero quiero experimentar aquello de que el miedo será siempre el primer enemigo del conocimiento, y por eso escribo. Ahora, siendo consciente de este acto y obviando muchos miedos habitualmente irracionales, me doy cuenta de que es una suerte, escribir es una suerte, pasear es una suerte, milagro y bendición. Y vivir para contarlo y compartirlo, vivir, eso, eso es vivir y quiero hacerlo.
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