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Camisa Talla Gris

La imagen presenta una pared flanqueada por el marco batidero de una puerta, y a la izquierda una esquina. Es mágica, el perímetro de la imagen en la zona superior e inferior, sumado a los trazos que dejan en la percepción la esquina y el marco, crea una forma de cuadrilátero trapecio, perfecta. Esta forma, no paralelepipédica, centra su área en una camisa sobre la pared.

En cuanto al color, abunda el gris pero la madera del marco de la puerta es marrón y nos deslumbra la sencillez de la telilla alegre, azul campánula, bajo el canesú triste de cara larga.

La camisa es amorfa. Comienza con un canesú triste, sisas como la plebe de la arrugada sociedad que la camisa compone y dos mangas: la manga izquierda presenta muchas arrugas sutiles que recuerdan a sardinetas tristemente horizontales, la manga derecha no tiene interés. Y qué decir de las dos arrugas principales de la espalda de la camisa. Una de ellas, la de la izquierda, presenta una sombra, ¿acaso hay alguien con una luz enfocando solo a ella para que yo lo notifique aquí?

La camisa tiene una mancha. ¿Es agua,  sudor? ¿Le han echado el sudor solo para la foto?

Lo que sí afirmo, es que salta a la vista la semejanza entre la forma de la mancha con la silueta que tiene la Isla de Palau Singkep, del sur del Kepulauan Riau, pero con cabos y golfos menos pronunciados en la mancha. Es más, seguro que ese no era el propósito.

Aún así, os quito las dudas pues solo hay que verla para darse cuenta de su propietario okupa. El okupa Paco (por ejemplo) vive en una casa ocupada y tiene poca ropa. Es un tío humilde de unos 28 años, muy envejecido debido a la droga, pues consume alcohol desde los 15. El pasado octubre fue a la feria. Paseaba cabizbajo, marcaba la 1 su reloj, que días antes encontró en un bolsillo que no era suyo, cuando sintió un fuerte golpe, un fuerte dolor, parecía que el alcohol le había matado.

Así fue, se giró y vio al que le estampó la botella en la espalda. La pandilla del niñato no estaba lejos, pero era tal el cansancio de Paco, el okupa, y su falta de reflejos, que comprendió que nada se puede hacer con esos niños. Les perdonó, pues no saben lo que hacen. Él perdió mucho por el alcohol, ahora, era el alcohol el que le golpeaba.

Llegó a casa y sentado en su cama frente a la camisa que acababa de quitarse, la miró llorando y fotografió la pena de su vida. Un espejo. Una metáfora.

Cómo Paco iba a saber, siendo pobre, tenía móvil; ni que aprovecharía el impulso de su éxtasis momentáneo para enviar la foto de su miseria a un centro educativo y ser su imagen la elegida para el I Concurso de ‘’Palabras para una imagen’’.

Aquel okupa, jorobado, se quedó sin palabras.

IV/2018


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