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El árbol de la amistad

Quiero pintar
El árbol de la amistad
Sobre una reja, de metal.
Quiero saborear el color verde que trae tu dura silueta
Y observar
Las transparencias que atraviesan tu girar.
Déjame abrazar
Todos tus cantos y afiladas ramas
Tus simétricos bultos diferentes, que no son mas que el resultado áspero de lo forjado.

Menamorao

 Menamorao del tamaño tus pupilas, chiquitas, en la tarde cuando el sol te acaricia levemente después de atravesar las cañas, el algarrobo, el aire. Menamorao del tamaño tus pupilas, grandotas, en la noche, insertas en tus rombos naturales como las flores que salen en cualquier lao. Menamorao, de tu alma que sale si te miro por tus ojos y tu boca si te escucho, si te toco, con mis labios tus labios, si te toco.

Carta al mar

    Quería realizar aquí y ahora, sobre el césped de una playa de la costa de Málaga y recostado en una palmera, la más honesta de las cartas que hasta ahora he escrito. Mirando el reflejo de la luna casi llena en el agua azul, pienso en que sí, esta carta es sincera. Pero no por su contenido, eso aún está por ver. Sino por su destinatario. Si algo hace del valiente honesto es la aceptación plena de su cobardía, y yo, dándomelas de caballero andante, me enfrento al miedo que he estado evitando desde que en esta maravillosa ciudad vivo. 

    No me refiero al miedo que se tiene al agua, a los bichos y medusas que la habitan ni al peligro de las olas que no avisan. Hablo de un temor abismal. Me horroriza el mar en su mirar, en su sonar. Hay algo sublime, sí, en su naturaleza enorme e imperturbable. Su tamaño supera al de la tierra firme, su movimiento no cesa. Es como un rayo que truena continuamente. Y como el ave que vuela, el mar no lo sabe, no se sabe mar. Pero yo sí lo sé mar y hoy vengo a contarlo al papel. Enfrentarme a la tinta con este cometido llevo tiempo pensándolo. Al llegar a Málaga decidí escribir algo algún día -en el momento en el que lo supiese- acerca del mar y mi relación con él. Mi idea era documentar de forma poética y por escrito, rimando, mis encuentros con el agua salada hasta la actualidad. En este poema se relataría mi infancia con el mítico ¡Cuanta abba! Muestra del asombro de un infante. Seguidamente, aparecerían las imagenes de la familia, los amigos, el amor y la vida. Mi miedo era quizás no escribirlo. Por eso creo pertinente no faltar al respeto escribiendo al mar cosas que este no entiende. 

    El mar es amor, es movimiento y cambio, es aquello que suena siempre que se escucha, es fuente de dolor y placer, es lugar, es espacio. Y yo, desde aquí, acepto mi temor y se lo escribo, para ver si de ahora en adelante, como un velero a la deriva pero con el único rumbo de seguir navegando, llego a aguas y consigo gemir y gozar en un suspiro, finalmente, el amor que todo mar dice.

[Fui caminando a casa desde Cala del Moral y no pude resistirme al descanso que la playa me ofrecía en forma de personas, solas, meditando]

Atención, paciencia y nada más

    No es necesario hacer nada en especial. Al parar se escucha siempre aquello que suena y se mira lo que se ve. El ser es lo que es. También en movimiento se disfruta pero hay siempre un tipo extraño de quietud en quien de esto se da cuenta con nuestra extraña y agradable atención.

    Y alguien dice que no es necesario hacer nada en especial pues es necesaria la paciencia y nada más para contemplar que el rayo deseado algún día a nuestro lado caerá. Nadie vio, sin embargo, a los pájaros tristes o a los árboles gritar. Y los rayos del sol y la ira caen constantemente.

    Lo que a nosotros nos toca es esperar como queramos, pero desde la espera, mirar, cantar, bailar, pintar o pensar, pero siempre desde ese y no desde otro lugar.

Poema Amargo

Mil recuerdos y una rumia que acompaña este desierto y otra ruina de Ozymandias del pasado en el letargo que es  amargo . Todo suma recordan...